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jueves, 13 de mayo de 2010

S/T

Cuando un perro se enamora, no es más aquel que deambulaba hurgando la basura de la esquina de cualquier barrio, como antecesor del servicio municipal, buscando encontrar desperdicios frescos y suculentos huesos, por si la vida le ha hecho conocer su bota en el hocico con una patada de media distancia, o el ámbar de los postes, por lívidas calles, bajo el cielo moka, le despierta la fatiga en sus ancas, endurecidas por el trajín diario, o le hace jadear con la lengua afuera. Es cuando por primera vez reconoce un punto cardinal más allá de su orientación olfativa, enarbola la cola a la vez que las orejas y hasta resulta curioso verle garboso, ya no persiguiendo sonoramente los micros, cuando, antes de rayar el alba, bocinantes, salen al trabajo; o aullando a los intrusos hechos del suspenso que trae consigo la madrugada (porque la madrugada también tiene corazón canino) sino que se le divisa muy de paso ante las puertas de talleres, picanterías y casas particulares, entre escolares que vuelven del colegio y señoras llegando a prisa para ver la telenovela; sus patas breves parecen hacerlo patinar por la acera, salta ágilmente la verja-justo a tiempo-, cuando, con un plato de galletas, el niño espera, pensando que éste ha permanecido todo el día por los alrededores. No niega una caricia su cabeza perruna ni su hocico, lame las manos del infante, aunque es muy discreto, y puede deberse al tiempo que vivió con una anticuchera, esperando la estima de los comensales; pero ve en los ojos de éste niño una ceguera más colorida que el mundo real de la vida diaria, como si aquel niñuelo bebiera con su vista del cielo azul, de los jardines vestidos con flores y demás alegrías, sin conocer las inoportunidades de camada, cuando un cachorro se queda sin teta; y siente la necesidad de protegerlo, pues sabe, aunque sin entenderlo perfectamente, que por cada pulga que se rasca con molestia, los hombres poseen una preocupación, que le escuece justo ahí, donde la vida le niega unos centímetros a su alcance. Mueve la cola y saltonea, agazapándose de derecha a izquierda, luego va tras de la pelota.

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